Texto presentado por compañeros del CSOA Laboratorio para el proceso de refundación de Lucha Autónoma
documentos de la refundación

Algunas reflexiones sobre lo institucional y sobre lo organizativo

    El marco institucional está formado por numerosos elementos: no sólo se trata de las diversas administraciones (desde las locales a las estatales), sino también de los aparatos burocráticos que se encargan de su gestión (partidos, grupos parlamentarios, etc.), además de cuerpos complejos de gestión parcial de asuntos concretos (como las ONG y los trabajadores sociales) y grupos sectarios (como las iglesias), sin olvidar a los medios de comunicación de masas o a las instituciones permanentes que se ocupan de la ley y el orden (magistratura y cuerpos armados).

    Todo ese entramado, que no está libre de conflictos por mucho que se presuma que está guiado por un mismo fin autorreferencial y autoconservador, tiene un comportamiento diversificado en las relaciones con lo social. De modo que si alguna de las ramificaciones especializadas tienen como objetivo el exterminio de toda disidencia, otras cumplen el papel formal de garantizar que la diversidad  - incluso la que se plantea a sí misma como antagonista- pueda expresarse: dentro de los limites establecidos por los diversos poderes y operando en una relación de existencia al margen -recuperación hacia el espacio de la formalidad democrática-. Así, l@s marginales son autorizad@s a organizarse, a manifestarse, dentro de cauces preestablecidos. Incluso algunas iniciativas que pueden tener un carácter transversal encuentran financiación institucional (pensemos por ejemplo en la compleja red Sodepaz-Nodo5O o en los colectivos estudiantiles y otros).

    Este campo de relación no es unívoco ni eterno: está sometido a fuerzas, derivaciones, flujos de(l) poder... Pero no hay una regla sobre qué es preferible: una relación de fuerzas más equilibrada puede suponer un deseo de exterminio de la anomalía por parte del poder: quizá una buena analogía sea la que pone en relación los procesos sociales y el sistema inmunológico del cuerpo humano: las defensas sólo se activan de manera agresiva cuando el cuerpo anómalo se manifiesta como un peligro; mientras, puede ser tolerado. Las reacciones alérgicas son el síntoma de un despotismo político autoritario-dictatorial que ataca cualquier anomalía antes de que esta llegue a expresar su peligrosidad.

    Estamos en Madrid, 1999: el Estado democrático pocas veces se ha mostrado tan consolidado, tan fuerte, con tanta facilidad para cumplir sus objetivos estratégicos (control de lo social para efectuar los procesos económicos del mando capitalista: globalización, neoliberalismo, desmantelamiento del welfare y de las garantías sociales, etc.). Gobierna lo que hace unos años se habría considerado parafascismo, pero que el hábito de gobierno de los socialistas ha convertido en algo normal. Los movimientos sociales viven una situación crítica, de escasa incidencia, de impotencia estratégica, de bajos niveles militantes: de mínima peligrosidad. Esto permite a los sectores menos despóticos de las instituciones una actividad tolerante: donde todo está atado y bien atado, qué importa una aldea de irreductibles galos más o menos. Sólo los más absolutistas y reaccionarios están preocupados por el resistencialismo superviviente.

    En este escenario, nada en absoluto sino frustración y dolor podría resultar hoy de un choque frontal con el Estado. Todas sus pistolas nos apuntan, todas sus cámaras nos controlan y nosotr@s estamos más inermes y desprotegid@s que nunca. Y es en este marco de fin de siglo donde tenemos que intentar construir un nuevo sujeto político, conflictivo y antagonista: es evidente hace mucho que ya no vale un partido de vanguardia para organizar la materialidad del conflicto, pero tampoco federaciones o coordinadoras, ni siquiera un movimiento en el sentido clásico. Hace falta crear y poner en práctica nuevas formas de acción política, que estén arraigadas en la dimensión territorial y local, y a la vez en el horizonte de la globalización, de manera transversal, abierta, articulada en múltiples planos y niveles; en condiciones de defender los viejos derechos conquistados por las luchas de generaciones enteras de trabajadores, de resistir al desmantelamiento del Welfare, de la sanidad, de los servicios públicos y al mismo tiempo conquistar nuevos derechos, dentro de las contradicciones actuales entre renta universal, trabajo, ciudadanía; en fin, prefigurar un mundo nuevo, abrir posibilidades múltiples, experimentaciones y alternativas a lo existente sin que nos aniquilen en el intento.

    Sólo en este marco puede ser considerada como una cuestión política -o de principios- la relación entre movimientos sociales e instituciones. Sólo en el marco de que los nuevos conflictos sociales -los que generarán nuevos sujetos sociales más allá de las identidades tradicionales del movimiento obrero y los movimientos de carácter simétrico tradicional- están en proceso de definición, solapándose en procesos complejos (para los que es peso muerto toda tradición ideológica dogmática o fundamentalista), sólo ahí, decimos, puede entenderse una relación no forzosamente violenta con las instituciones en el sentido de que las instituciones pueden no proyectar su violencia de exterminio sobre anomalías, gérmenes que desconocen, sino tener la actitud tolerante de quien se sabe seguro-, una relación que procure generar espacios autónomos (relativamente separados pero antagonistas, cuyo desarrollo expresa un conflicto por venir), reapropiándose de espacios que el poder no puede/no quiere asumir como propios, instalándose en el resquicio de las garantías democráticas, en los intersticios de un mosaico de relaciones sociales aparentemente integradas.

    Sólo en ese marco puede entenderse que, como una cuestión política, los procesos sociales antagonistas no sólo pueden aceptar, sino promover una relación abierta con cualquier tipo de institución, en el que lo preeminente no es con quién te relaciones (a veces, el enemigo) sino qué puede obtenerse de la ambigüedad de esa relación en cuanto a espacios de socialidad autónoma, espacios emboscados, que generan antagonía en su apariencia inofensiva: espacios que no se dejan capturar por la lógica del enfrentamiento, que no se dejan exterminar el caso de l@s zapatistas es de una lucidez extrema, pero también el de ciertos espacios autónomos de Holanda, Italia e incluso Alemania, o el de los movimientos de "sin papeles" en Francia; otros casos, de un desarrollo diferente, están en momentos críticos -piénsese en Irlanda o Euskadi- o han sido abiertamente derrotados -los restos del '68 en Europa y los '70 italianos.

    Así, a nuestro parecer, ningún limite a priori en la relación con las diversas instituciones, oficiales o no. Asumir el riesgo de ser neutralizad@s, recuperad@s, anulad@s (pero teniendo en cuenta que existen también otros riesgos en otras opciones): movernos en esa tensión permanente, en el objetivo de generar por medio de la acción directa (qué cosa significa esto, es otro cantar), sin mediaciones, momentos de reapropiación de la administración y de creación de espacios públicos autónomos, de nuevos derechos de ciudadanía no regulados estatalmente, sino producto del conflicto entre nuestra potencia y su capacidad de abolición.

    Es en este escenario donde situamos cualquier discusión sobre qué tipo de organización queremos: una organización para qué objetivos, con qué posibles alianzas, consciente de sus limites pero sin saber hasta dónde pueden estirarse sus límites, apostando por lo que pueda ser después sin pretender determinarlo de antemano ni saberlo a ciencia cierta, sin saber tampoco quién y cuándo puede formar parte de esa organización. Trabajando en el conflicto de la diferencia antes que en la pretensión de anular el conflicto mediante la identidad aplanadora de toda variante -incluidas las anarcoleninistas- del centralismo democrático (la unidad de acción dentro de una organización que se unifica primero y luego combate o traba alianzas con otras). Una organización entendida como una máquina de lucha que analiza en común pero que actúa en función de las diferencias que ese análisis pone de manifiesto, en varias direcciones si hay varias direcciones, en una si hay una. Es decir, que conjuga inmediatamente ("sin mediación") la acción política local y arraigada en el territorio con la dimensión de globalidad, que no trata de anular u ocultar las diferencias, sino que las hace actuar en toda su potencia. Que actúa no sobre lo que hay que resistir (que también), sino en lo que se genera, lo que se libera en el propio devenir, en la propia lucha, no contra el poder, sino como contrapoder(es): no se desarrolla en función del enfrentamiento con el todo subsumido del mando, sino en la liberación de energías del éxodo de quienes escapan del todo, quienes manifiestan su singularidad, su deseo, su potencia irreductible del querer vivir en el marco de lo único.

    Aunque no tenemos deseo alguno de definir una forma de organización determinada o de elaborar dogmas organizativos, sí pensamos que el modelo de organización debe responder al para qué organizar qué y cómo. Un proyecto de organización de la capacidad o del deseo de autonomía de lo social: autonomía como liberación de la sobredeterminación de lo vertical del/los poderes, autonomía contra dominio, autonomía contra representación, autonomía contra control, autonomía como proceso constituyente de recomposición de las relaciones sociales. Qué organizar: las islas de autonomía, islas en red, pero también los nuevos espacios del conflicto que pueden generar nuevos espacios de autonomía, las nuevas instituciones sociales que surgen/surgimos de esos procesos, las luchas a que den lugar. La tentación de organizar linealmente las islas de autonomía -los pequeños marcos autorreferenciales de nuestros colectivos autodefinidos como autónomos- es grande, permite neutralizar algunas inseguridades, combatir el horror al vacío y desde luego cierta comodidad en el reconocimiento del otro idéntico que facilita ser/actuar en lugares distintos siendo un@ mism@ (una política unificada sobre la diversidad de los territorios, el inmediato del desierto mediático-social y el mediado de las plataformas-coordinadoras-cóctel de organizaciones). Pero lo social es terco y contradictorio, no se deja atrapar ni determinar, y resulta que no hay soluciones lineales a la cuestión de la autoorganización social.

    Urge una crítica radical al concepto clásico de autonomía: dejar de creer en la supuesta eficacia de las soluciones identitarias, de que creando una especie de partidillo de la autonomía y reuniendo tantas debilidades podemos llegar a ser fuertes: dejarnos ya de bloques autónomos, evitar por todos los medios las mediaciones políticas, la delegación y la representación y poner en primer plano el experimentar nuestra existencia como inmediata, intensificando la vida en un querer vivir más que sobrevivir en la Realidad del consenso. La confluencia, la coordinación, no se garantiza con reuniones periódicas sino con el trabajo y el análisis conjunto -teórico y práctico- de los propios recorridos. Debemos determinar los campos de intervención del área autónoma y encontrarnos en esos espacios, a lo mejor entonces resulta que no hará falta coordinarse por separado (aunque tampoco nos oponemos a ello) porque ya lo estaremos de hecho. Visto así, la cuestión fundamental que hay que responderse es dónde situar la lucha por la autonomía: si en la organización de los colectivos militantes o en la organización de las luchas sociales o si se puede realizar a un tiempo, es decir, si trasladar de los conflictos a las organizaciones la lucha autónoma no presupone una mediación que pone en peligro la autonomía de los conflictos, la autonomía de lo social. Si queremos organizar las islas de autonomía por sí mismas es porque las islas de autonomía no se organizan en las luchas sociales, porque no se encuentran en ellas, y si no coincidimos es porque el diagnóstico del espacio del conflicto no es común o al menos no está comunicado. Tejer una red de luchas autónomas no es lo mismo y es contrario a crear una coordinadora, plataforma o federación de grupos autónomos. El espacio de intervención de los grupos autónomos no está -no debería estar- en el propio grupo o entre sus afines (la peñita), sino en lo social, es decir, en el tejido de luchas que queremos llevar a cabo. Confluir, poner en común, no es actuar unificadamente, sino comunicar y después actuar autónomamente en los espacios de intervención, no sólo en los cómodos chiringos de lo propio, sino en los conflictivos espacios de lo múltiple. Hay que crear espacios de comunicación y de debate -estes en el que estamos ya lo es- y a la vez superar definitiva y radicalmente toda instancia centralista (la centralización y el unitarismo son los últimos rescoldos de la forma partido): tejer relaciones, proyectos, iniciativas de lucha y cooperación diferente entre sujetos, colectivos y territorios diversos; prefigurar, allí donde sea posible, a partir de la dimensión local, elementos de autogobierno, de democracia radical, de apropiación desde abajo de la administración; condicionar a las administraciones locales a través del conflicto y de las relaciones de fuerza, para conquistar derechos, espacios, mejores calidades de vida, para construir y difundir, más allá de todo limite o frontera, las redes de los contrapoderes y de apoyo mutuo; arrancar pedazo a pedazo, territorio por territorio, ciudad por ciudad, conquistas concretas, aunque parciales, nuevos derechos de ciudadanía, condiciones de vida dignas para tod@s, contra el racismo y la exclusión...

    Ya no basta con definirnos comunistas-autónom@-anarquistas, ya no es suficiente, porque en realidad en esos términos hay de todo... sectarismo, mierda y estupidez pero también cosas dignas, hermosas. Pero vemos algo nuevo en este proceso a anteriores intentos de confluir: la consciencia de que algo tiene que cambiar... de que es totalmente necesario replantear la recomposición de la subjetividad autónoma para volver a empezar a reflexionar con la propia cabeza tratando de comprender nuevas trayectorias. Parece que hemos llegado al punto en el que casi todo el mundo está convencido de que es así. Pero, aun estando convencid@s, nada nos garantiza de que no nos equivoquemos, las cosas que valen la pena siempre llevan aparejada una dosis de peligro... De todas formas, sería imbécil por parte de quienes esto escriben no darnos cuenta de que hay espacios donde coinciden fundamentalmente los colectivos autónomos, que hay lenguajes y políticas que sólo nos afectan a los colectivos del "área de la autonomía". Hay, por tanto, espacios exclusivos de lo común: espacios que hay que analizar y debatir, comunicar, para liberar la autonomía en lo social. Organizar eso es imprescindible, porque de la capacitación de este terreno exclusivo depende en buena parte la posibilidad de autonomía. Organizar: regularizar el análisis, el diagnóstico, la información, “vivir” lo común, que unas veces afectará a unos grupos y otras veces a otros, y algunas a todos y a más.1 Es un proceso lento, porque debemos ir determinando un marco estratégico de actuación que vaya más allá del ritmillo particular y cotidiano de cada cual. Es un proceso sin fin, que no acaba y que tal vez pase por encuentros periódicos (¿bimensuales?) y por potenciar al máximo los espacios de comunicación2 que ya están en marcha (UPA, revista ContraPoder, sindominio, CDA...) y creando otros nuevos, analizando y verificando junt@s formas estables en que cada un@ valorice al "otro" a veces junt@s y a veces separad@s, respetando de verdad los caminos diferentes y deseando que al otro le vaya bien.
 

Individualidades del Laboratorio

1 Cómo plantearse, por ejemplo, luchas en el campo de la crítica al trabajo sin contar con grupos como CAES, CGT, S.0. y otros (o por qué hacerlo en fases: primero nos coordinamos y unificamos nosotr@s y después con los otros; esto presupone que las alianzas que queramos crear entre nosotr@s van a ser siempre coincidentes, o tengan que serlo, o no deben producirse directamente en los espacios de conflicto o en las coordinadoras y plataformas ya existentes). Revisemos campos de actuación y encontraremos ejemplos a montones. La dispersión y atomización de esas luchas sólo puede resolverse creando conexiones diversas entre ellas: redes que se conocen, se saben diferentes y están dispuestas a cooperar en la organización de nuevas redes que proliferan, se componen y se disuelven para volverse a componer.

2 Comunicar: la comunicación no la entendemos como simple intercambio de informaciones, sino como recorrido de recomposición de las iniciativas y las dinámicas sociales de lucha, la comunicación es de hecho el tejido conectivo de esas luchas. 

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